José Manuel Otero: “La vocación es el mejor recurso del docente”
Así era...
José Manuel Otero
Doctor en psicología y profesor de la
USC, autor de
Estrés laboral y Burnout en profesores de enseñanza secundaria
José Manuel desde pequeño tuvo claro que la especie humana sufría una imperfección y era que no podía volar. No era muy amigo de los superhéroes, pero envidiaba que ellos sí pudieran extender sus capas y campar a sus anchas. A veces, se imaginaba circulando entre las nubes acompañado de un buen grupo de aves.
En general, ¿disfrutan los docentes de su profesión?
Me resulta difícil imaginar un oficio orientado a transmitir (y enseñar a construir) conocimientos desprovisto de ciertas dosis de ilusión, alejado de ese sentimiento profundo y altamente satisfactorio del trabajo-bien-hecho, ajeno a la necesaria toma de conciencia de la oportunidad de influir positivamente en la vida de los alumnos. La vocación es, en la mayoría de los casos, el mejor recurso del patrimonio personal del docente para enfrentar eficazmente los variados y difíciles retos que conlleva esta profesión. Más allá de esta opinión personal, y también de la imagen convulsa, problemática, y de insatisfacción del colectivo que en ocasiones se transmite desde los medios de comunicación, existen datos que invitan al optimismo.
¿Por ejemplo?
Un reciente estudio, que compara más de 30 países, concluye que el 90% de los profesores informan estar satisfechos con su trabajo y que alrededor del 80% elegirían de nuevo esta profesión; la paradoja reside en que, a pesar de este mayoritario sentimiento de bienestar con lo que hacen, también son muchos (más del 75%) los que perciben que la sociedad no valora su profesión, se sienten sin apoyo y sin suficiente reconocimiento en las escuelas. Así las cosas, el que la satisfacción y el disfrute del docente con su profesión dependa más de motivaciones intrínsecas qué extrínsecas (reconocimiento social, apoyo,..) es una buena noticia.
¿La de los docentes es una de las profesiones más estresantes?
No cabe duda que el ejercicio de la docencia, en particular en los niveles de enseñanza secundaria, constituye para algunas personas, bajo algunas condiciones y en algunos contextos, una profesión particularmente vulnerable al estrés laboral. Con el propósito de esclarecer su alcance hemos asistido en las últimas décadas a una intensa actividad investigadora a nivel epidemiológico (múltiples estudios, distintas culturas, variadas metodologías, distintos niveles de enseñanza,…); los resultados, con independencia “del dónde, del cómo, o del quién”, nos presentan una realidad preocupante: los porcentajes de profesores que informan de malestar laboral son elevados y, en los últimos años, las cifras van en aumento. Este tipo de evidencias, y la urgente demanda de medidas preventivas y/o de intervención, confirieron un inusitado protagonismo en el campo de la salud laboral al estrés docente eclipsando, muy probablemente, el análisis de otros colectivos (bomberos, militares, policías, pilotos,..) que, según estudios recientes, presentan también elevados niveles de estrés.
¿Qué es el burnout?
Se trata de un problema de salud laboral que afecta especialmente a aquellos trabajadores que ejercen su labor en contacto directo y continuado con otras personas (profesionales sanitarios, profesores, por ejemplo). Las múltiples y variadas demandas de los usuarios, unido a determinadas circunstancias que cualifican el quehacer profesional (alto compromiso con la tarea, metas elevadas, acusado sentimiento de ser necesario, sobreimplicación en las necesidades de otros, percepción de falta de recompensa por el esfuerzo invertido,…) son, a tenor de la investigación, algunas de las claves en la gestación y aparición del fenómeno. Desencanto profesional, disminución del esfuerzo, pensamientos ansiosos y retirada social como estrategias más idóneas para afrontar el estrés, presencia de sentimientos impersonales y el sentimiento de estar emocionalmente saturado, constituyen algunas de las señas de identidad de las quemaduras que conforman la experiencia de burnout.
¿Son los docentes uno de los colectivos que más lo sufren?
La cuestión a mi juicio no es tanto si son uno de los que más, pues existen otros colectivos vulnerables pero que han recibido menos atención, sino que los estudios detectan cifras preocupantes en este colectivo. Sirva de ejemplo, que en un estudio longitudinal que hemos realizado recientemente (a partir de muestras representativas -más de 3000 autoinformes- de los docentes de ESO de la Comunidad Autónoma de Galicia) los porcentajes de docentes que informaban de “alto burnout” no sólo era elevada, sino que presentaba además una tendencia ascendente a lo largo del tiempo (los porcentajes oscilaban entre el 24 y el 30%). Así las cosas, incidir eficazmente en ese fenómeno, habida cuenta de los importantes costes (personales, sanitarios, organizacionales,…) que conlleva, debe ser una tarea prioritaria de los responsables de la salud laboral.
¿Qué características son las más típicas de este síndrome?
Tres son sus caras. La percepción y/o sentimiento de no poder más, de agotamiento de energía, de escasez de recursos emocionales con los que atender cualquier demanda del usuario conforma el componente más representativo del síndrome: el cansancio emocional. La despersonalización, entendida como el desarrollo de sentimientos, actitudes y respuestas negativas, distantes, cínicas y frías hacia otras personas (especialmente hacia los destinatarios del propio trabajo) constituye otra faceta. La tercera dimensión es el reducido logro personal que se refiere a que la tendencia a autoevaluarse negativamente incide en nivel de eficacia percibida en la realización del trabajo e, incluso, en las relaciones que se establecen con los otros.
Son sentimientos muy severos…
El relato de los profesores con altos niveles de burnout, además de la presencia de estos componentes -alto cansancio y despersonalización, bajo logro personal-, incluye otros matices de interés: la toma de conciencia del sinsentido de su lucha puesto que nada cambia (el trabajo ha perdido su sentido primigenio), la recurrente tentación de dejarlo todo (la idea de pasar la vida en el aula se le hace insoportable), su búsqueda de “días de salud” (absentismo, petición de bajas,…), la nómina como motivación fundamental para trabajar, y problemas psicológicos y físicos (pérdida de autoestima, aislamiento social, dolores de cabeza, problemas digestivos,…). Conocidos los componentes y su impacto físico-emocional-cognitivo en el docente, desterrar esta casuística de las aulas se convierte en una saludable necesidad.
¿Hay diferencias entre el estrés laboral y el burnout?
Aunque cuentan con trayectorias de investigación diferenciadas, desde planteamientos contemporáneos ambos fenómenos son susceptibles de ser entendidos como distintas manifestaciones del malestar laboral. Desde este punto de vista el burnout sería el resultado de la cronificación de la experiencia de estrés laboral derivada, como ya hemos señalado, del contacto continuo con los usuarios.
¿Se deben tratar de formas diferentes?
Creo que cada vez existen más razones para buscar la federación y convergencia en las propuestas de actuación sobre estos fenómenos. Su importante covariación estadística y la, cada vez más probada, comunalidad en su causación, consolida un nuevo escenario para la praxis. En otras palabras, si ambos fenómenos son síntomas de un síndrome más general de malestar laboral (de ahí la existencia de determinantes comunes), la tarea pendiente será identificar los argumentos explicativos “compartidos” desde lo personal, relacional, laboral y extralaboral. Desde esta dialéctica la intervención en las primeras fases (estrés) impedirá la progresión a etapas posteriores (burnout).
¿Hay características comunes entre los docentes afectados?
Más allá de la idiosincrasia particular del docente, que a la postre es la que tamiza las influencias exógenas y le confiere significado a los potenciales desencadenantes del estrés, la investigación ha permitido aislar algunos factores, aunque se desconoce mucho acerca de cómo interaccionan, permiten señalar un perfil de riesgo de personalidad; la presencia de un patrón de conducta tipo A (siendo la competitividad, la impaciencia y la hostilidad algunos los componentes más característicos), bajas puntuaciones en responsabilidad y resiliencia, elevados niveles de neuroticismo, la utilización preferente de estrategias pasivas de afrontamiento (evitación, autocrítica, pensamientos ansiosos), bajo optimismo, son algunos de los trazos más destacados en la literatura científica. Desde acercamientos más cualitativos que bucean las “intrahistorias vitales” de los profesores emerge, como denominador común, una acusada percepción de frustración de metas, planes, expectativas e intenciones.
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