La puntualidad, en Armenia, no es un valor añadido. Aquí las personas no se adaptan al tiempo; es el tiempo el que se amolda a las necesidades de la gente. No obstante, hay un lugar en Ereván, la capital, en el que cientos de jóvenes se agolpan a una hora exacta. Son las 15:30, comienzan las actividades en Tumo y no es fácil llegar hasta la recepción: todos quieren entrar a la vez y cuanto antes.
En este centro, los jóvenes ejercitan su creatividad de forma gratuita y flexible en varios ámbitos. La animación, desarrollo de videojuegos, diseño web y cine son las principales áreas. Pero también, de manera complementaria, realizan talleres sobre diseño gráfico, modelado 3D, programación, robótica, música, dibujo, escritura y fotografía. Cualquier residente en Armenia de entre 12 y 18 años puede entrar, sin pasar por pruebas de acceso. Basta con llamar por teléfono, dar su nombre, dirección y número de contacto y esperar a que les llamen. Y siempre les llaman.
«La lista de espera es larga, pero nunca decimos que no a nadie. Esa es la edad para entrar, pero pueden quedarse el tiempo que quieran», matiza Zara Budaghiyan, la responsable de comunicación. Además, los jóvenes no reciben ningún tipo de certificado, pero cuentan con un portfolio. «No damos certificados porque no creemos en pedazos de papel, sino en habilidades», añade.
Aquí cuentan con un espacio para crear de manera autodidacta en el que varios trabajadores pasean a la espera de sus preguntas. También acuden a workshops que imparten artistas llegados de otros países y participan en programas trimestrales de la disciplina que elijan. Pronto podrán aprender diseño de moda y corte y confección: la idea es convertir parte del parque que da entrada a Tumo en una nave abarrotada de máquinas de coser.
Este edificio beige se ha convertido en el paraíso de la creatividad donde ya se han formado más de 7.000 jóvenes. Desde fuera, nadie imaginaría que hay máscaras de John Malkovich asomando desde cualquier rincón, bocetos de cómics y escritorios de diseño amarrados al techo para que los chavales decidan si prefieren la soledad o la compañía a la hora de extraer ideas. Es un lugar que pasa desapercibido, pero cuyo éxito plantea que la mera confianza en la creatividad en un entorno adecuado, sin cuotas, sin exámenes y sin títulos, podría ser la clave para la educación del futuro.
Una idea que surgió en Barcelona
Los descendientes de los que sobrevivieron al genocidio armenio, a veces, tardan décadas en conocer el lugar del que se sienten parte. Muchos de ellos, los que acumulan buenas ideas y dinero, deciden invertir en Armenia desde la distancia. Solo algunos de la diáspora viajan para mejorar las condiciones del país desde dentro. Aunque nunca hayan estado en Armenia, para ellos es un regreso. Para eso tienen incluso una palabra: hairenabaghdzutiun, que significa, literalmente, «anhelo de patria».
Marie Lou Papazian, directora de Tumo, es una de ellas. Es una mujer pequeña, de pelo corto y oscuro, casi rojizo. Su mirada no deja dudas: viene de los ojos de una inteligencia que no descansa. Se parte las gafas, las deja reposar sobre su pecho y, mientras firma documentos, pregunta en inglés, con un acento que podría ser de cualquier lugar: «¿En qué idioma quieres que hablemos?». Papazian ha vivido en tantos países que le cuesta enumerarlos todos. Nació en Egipto, creció en Líbano y después vivió en Estados Unidos y en España.
«Todo empezó en España», dice Papazian en su despacho, al recordar el origen de Tumo. Los cinco hijos de Papazian son españoles. Cuando solo tenía tres y el más pequeño comenzó a ir a la escuela, recibió una notificación: varios científicos visitarían la escuela de su hijo para hablar de la aplicación de internet en el contexto educativo.
«Para mí fue interesante porque en aquel momento yo era… solo madre. Entonces no trabajaba. Después de aquella exposición sobre cómo se podía usar internet en la escuela para comunicarse con los alumnos, yo estaba asombrada ante el simple hecho de poder usar internet. Ahora es muy normal, pero hace veinte años, escuchar que internet podía tener una aplicación educativa me maravilló». Aquel día, volvió a casa dando vueltas al asunto y no paró hasta que vio la posibilidad de comunicar las distintas escuelas armenias repartida por el mundo de la diáspora. Entonces, ni siquiera conocía Armenia.
En 1995 empezó a trabajar en su proyecto desde Barcelona, donde aún no había escuela armenia. Para facilitar el proceso, se mudó a Los Ángeles y, después, a Ereván. «Montamos una organización sin ánimo de lucro y viajamos a Armenia por primera vez. Me enamoré al momento y tenía que encontrar la manera de volver».
Papazian continuó con su proyecto, sin financiación y con el apoyo económico de su familia, hasta 2001. «Y entonces paré, porque ya había conseguido involucrar a mil escuelas armenias», recuerda. En 2005, ella y su familia se mudaron a Armenia, donde viven hoy. Vio este edificio en construcción y se preguntó qué iba a ser de él. Empezó a imaginar qué se podía hacer dentro de esta mole, cómo serían sus pasillos, sus salas.
Visualizar el futuro de los edificios era parte de su trabajo: Papazian es ingeniera y ha trabajado como jefa de construcción. Tras un máster en educación y tecnología, necesitaba aunar todo ese bagaje. «Ahí combinó educación y construcción, y quería crear un espacio para algo como esto», explica, desde el lugar que ella misma diseñó.
Por suerte para ella y para su imaginación, nadie sabía en qué se iba a convertir este lugar. «No había ningún proyecto, en realidad. No se sabía qué iba a haber aquí, así que escribí a mi jefe, y mi marido y yo propusimos a la Simonian Foundation crear Tumo. En seguida nos reunimos y todo fluyó, porque teníamos la misma idea». Simonian Foundation es la fundación educativa de otro matrimonio armenio de la díaspora que financia Tumo.
Flexibilidad y creatividad
Aunque Armenia se independizó de la Unión Soviética en 1990, justo antes de su disolución, el país caucásico no ha olvidado aún su pasado soviético. Un sistema educativo de herencia soviética, según Papazian, «adolece de flexibilidad y no permite adaptar lo aprendido a otros ámbitos». Ese tipo de educación, dice la directora de Tumo, «te enseña a resolver un problema, pero no te ayuda a pensar sobre la forma en la que lo has resuelto». «Los chicos aquí son inteligentes y profundos, pero están limitados, confinados en un sistema que no les permite pensar en ese sistema», lamenta. En la inmovilidad del sistema educativo armenio, vio la oportunidad de crear estos centros.
«Necesitábamos un centro como este. En Barcelona, por ejemplo, no había un lugar así. Pero ese tipo de educación la podías recibir en la escuela, en ayuntamientos, en museos. Sin embargo aquí no teníamos eso. Teníamos que crear un lugar en el que los chicos se comunicaran entre sí. A mí me encanta el sistema educativo español, la libertad, el respeto, las asociaciones de padres, la apertura de mente… Todo eso quise aplicarlo aquí», recuerda la directora.
La creatividad sería el elemento clave de su proyecto porque «no puedes enseñar creatividad, pero sí puedes encontrar la manera de permitir a los jóvenes que desarrollen la suya». Para ella, lo más importante a la hora de formar a los jóvenes es no limitarlos porque, a pesar de que las ideas de una persona creativa no siempre van a funcionar, «cuanto más creativo eres más posibilidades tendrás de alcanzar el éxito y la creatividad siempre te enriquecerá como ser humano».
Para incitar a los jóvenes a cometer errores, a tomar la iniciativa sin miedo y a trabajar en grupo, nació Tumo, un lugar único en el mundo que pronto saldrá de Armenia. Líbano, Francia y Rusia se presentan como los próximos objetivos.
Por ahora, Tumo ya ha salido de la capital armenia y cuenta con centros en Dilijan, Guymri y Stepanakert, la capital de Nagorno-Karabaj, el territorio disputado con el vecino Azerbaiyán. Pero no se va a quedar en las ciudades: sus responsables tienen claro que la mejor manera de luchar contra la despoblación en su país pasa por formar a los jóvenes de las zonas rurales y darles las facilidades para que, en el futuro, puedan trabajar desde sus pueblos.
La mayor aspiración de Tumo, en palabras de su responsable de comunicación, es contribuir a la formación de «una nueva sociedad más profesional, que será la base de la futura Armenia, también en áreas rurales en las que los jóvenes puedan quedarse como freelance, sin necesidad de irse a la ciudad». Por eso, el próximo estará en Goght, un pueblo de 2.000 habitantes en la región de Tavush, al norte del país.
Hoy, en Tumo, un profesor de música de Ámsterdam imparte un taller que tendrá como resultado una pieza musical. Los jóvenes y el profesor todavía no se conocen, nunca han trabajado juntos. Papazian ve el trabajo creativo en grupo, especialmente entre personas de distintos países, como una forma de conocer el mundo y como origen de la belleza: «Es bonito ver cómo la música les permite entenderse los unos a los otros, aunque no se conozcan». Su experiencia le dice que nada ayuda más a despertar la creatividad que conocer gente de otros países. Aunque sea sin salir de casa.
FUENTE: YOROKOBU
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