Es difícil ser docente en vacaciones. Acaba el curso, limpiamos y cerramos las clases, nos despedimos de los alumnos con cierta añoranza y finalizan las largas reuniones evaluativas. Empezamos a hacer la programación del nuevo curso, aunque con pocas fuerzas y conocemos qué haremos el siguiente curso. La escuela parece que haya perdido vida y nos esté invitando a marchar.Después de la formación del mes de Julio toca despedirse de los compañeros con los que hemos compartido momentos buenos y momentos más tensos y decir hasta pronto. Salimos del centro sin casi mirar hacia atrás pero con una sonrisa pícara en la cara pensando en las lecturas que nos esperan debajo de un gran árbol y los chapuzones infantiles en la piscina.
Hay compañeros que se llevan carpetas repletas de trabajos para revisar, cambiar y mejorar. Yo no soy de estas. Yo cierro todo en beneficio de mi desconexión corporal y mental. Llegas a casas y te dices: ¡Ahora sí, empiezan las vacaciones! Acabas de ultimar el viaje deseado, preparas la maleta para disfrutar de los días de desconexión en la playa o la montaña, los encuentros con los amigos…y al mismo tiempo te sorprende descubrir lo difícil que es desconectar del mundo donde te mueves y al que dedicas casi el 80% de tu vida.
Consultas las redes sociales mientras desayunas sin prisas o tienes tiempo para perder después de un running matutino que te sabe a gloria y descubres que otros docentes como tú no dejan de publicar artículos extensos y profundos sobre nuevas metodologías, el rol del profesor en un futuro próximo, la necesidad de un currículo flexible, el papel de la Educación Emocional, la evaluación o el absentismo escolar. ¿Pero la gente no hace vacaciones? ¿No desconecta nunca?
Decides apagar cualquier dispositivo electrónico y pasear hasta el quiosco, como se hacía antes, para comprar la prensa y leerla con cierto desinterés en la playa o la piscina y una nueva sorpresa, descubres en ellos artículos dedicados a la educación: la importancia de las TICs en las aulas, si es o no beneficioso obligar a los niños a hacer deberes durante los meses veraniegos, si la arquitectura y decoración de un centro influye directamente en la motivación de los alumnos…y yo me siento agotada. ¡Así es imposible desconectar!
Me siento cansada, hastiada de leer más sobre educación. No es que no me interese pero hay que saber dejar reposar, pensar en otros temas, hacer otras cosas. Y después de instalarme en la playa, después de dedicar un largo tiempo a que la toalla no tenga arena, los niños cercanos no griten excesivamente y el parasol no caiga, alguien se entera que eres maestra y psicopedagoga y llegan aquellas consultas que te hacen compartir tu toalla con una persona desconocida (los conocidos y más cercanos ya no se atreven a hacerlo) y todo se inicia con un: No te importa verdad, te puedo hacer una consulta, es que mi hijo o hija en el colegio… y esto deriva a un speech de más de media hora que tu recibes con mucha educación mientras ves como la parte derecha de tu cuerpo empieza a arder por los rayos de sol que te atacan y del que no has tenido tiempo de protegerte porque alguien te ha asaltado.
Como docente y psicopedagoga reivindico que durante las vacaciones pueda hablar de libros superfluos, de viajes, de deporte, de restaurantes, de música, y no de autonomía y exigencia hacia los niños, de multiculturalidad, de absentismo, de libros de texto, de pizarras digitales…
La desconexión sanea, limpia, libera, entusiasma, inspira, agradece, revitaliza…
Por un verano de no replanteamiento y si con mucha ilusión, amistad, pérdida de tiempo observando un atardecer o los primeros pasos del pequeño de la familia. Qué difícil es desconectar siendo docente… habrá que seguir intentándolo.
Y vosotros, ¿habéis conseguido desconectar?
TOMADO DE
Completamente cierto.
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