El papel que juega la familia en la educación de los hijos es vital; ya que es el primer agente referencial del individuo. A nadie se le esconde que debe ser parte activa del proceso de enseñanza aprendizaje, no como un simple espectador sino ayudando a planificar, a valorar, a supervisar y a evaluar. Sabemos que esto no es fácil hoy en día, en la que la participación de los padres en la vida escolar es muy baja por falta de motivación, causas laborales o desinformación, y en muchos casos ésta se limita a ver desde la grada las celebraciones de navidad, día de la paz, carnaval, etc. Por otro lado, está la existencia de un cierto temor del profesorado a salir de su zona de confort y lainseguridad de tener que planificar con otros agentes que no sean sus compañeros docentes, los de siempre.
ROMPER MOLDES
Pero la escuela del S XXI debe romper moldes. La familia debe ser el modelo a seguir, la que marca la pauta de las normas básicas de convivencia, y nunca se debe dejar en manos de la escuela exclusivamente esta labor, que es lo que está ocurriendo en muchos casos. A nuestros centros escolares llegan hoy en día muchas familias desestructuradas y/o centradas en el trabajo, con falta de valores, niños con la llave colgada al cuello y que se tienen que hacer cargo de hermanos menores hasta que sus padres lleguen a casa después de una larga jornada laboral, familias donde el paro y los problemas sociales campan a sus anchas, sin que nadie pueda o quiera tomar el timón.
Un panorama nada idílico e incomparable con el que vivían otras generaciones atrás, que aunque también eran espectadores del proceso de enseñanza aprendizaje, la responsabilidad recaía única y exclusivamente en manos del maestro y en muchos casos era una lotería para el alumnado, ya que dependía el éxito escolar de la profesionalidad del docente y de la capacidad y memoria del discente.
NO ES NADA FÁCIL
Las familias de hace unas cuantas generaciones no se entrevistaban con el profesorado, no recogían las calificaciones de manos del tutor el día de la entrega de notas, no hacían un seguimiento de la vida escolar de sus hijos —salvo que el profesor los citase por haber realizado alguna fechoría— y dejaban en manos del docente toda la carga y las ilusiones del alumnado. Otra época, otra sociedad, otro alumnado y otro profesorado.
Por ello, la escuela debe poner en realce un rol que hace unos años no tenía que asumir, el compensador. Compensar las carencias afectivas, de normas, de hábitos, de necesidades básicas como alimentación, material escolar e incluso vestuario, se ha convertido desgraciadamente en el día a día de nuestras escuelas.
Y no es nada fácil
La escuela de hoy en día tiene muchos aspectos positivos, como que el profesor tiene más autonomía, más capacidad de plantear sus clases con distintas metodologías que lleguen de manera más clara y concreta al alumnado; y, sobre todo, que lo que aprendan les sirva para ser competentes en la vida diaria.
Antaño, importaba poco si los contenidos que se impartían en la escuela eran de utilidad para el futuro, se daban porque así se venía haciendo generación tras generación. Pero es muy importante, yo me atrevería a decir que vital, que las familias se impliquen en el proceso de enseñanza aprendizaje de sus hijos, no como meros actores que repiten un guión o espectadores que ven la película desde la butaca, sino que deben subirse al escenario, estar en las tareas de producción y realización, porque la educación es tarea de todos.
TOMADO DE INED21
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