Llega el final de curso y con él las cientos de reuniones a las que debemos asistir todos aquellos que nos dedicamos al maravillo mundo de la educación. Y digo maravilloso porque así lo creo y especialmente lo siento.Salgo de una larga reunión algo cabizbaja y pensativa. He asistido a una de esas maratonianas y agotadoras juntas evaluativas donde aparecen nombres de alumnos, vivencias con las familias, recuerdos de los nueve meses del curso, anécdotas que nos han hecho reír o sufrir, porcentajes, cifras y más datos. A veces me planteo si realmente sirve para algo tanto análisis. Asignamos números a nombres, establecemos grados a las competencias… ¿debe ser tan matemática la evaluación?
Ha sido una reunión intensa donde el objetivo principal era evaluar a los alumnos y a los cursos donde pertenecen y el paso de las horas nos ha llevado a acabar reflexionando sobre el futuro incierto y temido de la educación. Un gran grupo de los asistentes, todos ellos docentes, psicopedagogos y psicólogos, coincidíamos en detallar que nos aventuramos a un futuro convulso, cambiante, difícil. No me cuesta afirmar que falta confianza y quizás también mucho optimismo. Mientras volvía hacia casa pensaba ¿no se repite la historia? ¿Cuándo ha existido una época donde las instituciones educativas, las familias, los docentes y los alumnos opinaban lo mismo y remaban en la misma dirección teniendo claro el objetivo final al que llegar?
No quiero pecar de optimista y de insensata, pero esta actitud negativista no nos conduce a nada. Sé lo que pasa en las aulas, sé que el trabajo en ellas no es siempre fácil. Los responsables de las aulas de nuestro país nos sentimos vulnerables ante los continuos cambios que el mundo loco y diverso donde habitamos nos exige con prepotencia y, en ocasiones, dureza. Recibimos críticas continuas a nuestras actuaciones y decisiones por familias y otras instituciones. ¿Quién es capaz de no opinar sobre educación en estos días aunque no se dedique a ella?
El cuerpo docente nos hemos convertido en un grupo heterogéneo donde la esperanza y la desesperanza, las ganas y el desánimo, el cansancio y el entusiasmo forman tándems vivos que deambulan por los pasillos de las escuelas y son capaces de acabar aportando inestabilidad, abatimiento y un alto grado de derrotismo.
Va… ¿por qué no lo intentamos?
Sé que hay mucho por mejorar, la escuela actual no está ofreciendo una respuesta educativa personalizada capaz de responder las necesidades educativas de todos los discentes, ofreciéndoles un aprendizaje profundo y estimulante. Pero se intenta, de verdad que se intenta, se trabaja duro para hacer el trabajo bien, pero no siempre se consigue. Muchos alumnos pasan por las aulas sin poder desarrollar su talento, robándoles la oportunidad de llegar allí donde pueden llegar, desperdiciando tiempo y talento.
Los docentes habitamos dentro de nuestras aulas y dudamos de lo que hacemos. Desconfiamos de nuestra formación al compararnos con otros profesionales que trabajan en realidades diferentes que las nuestras, sospechamos lo que queremos trabajar con nuestros alumnos pero nos desorienta ver un futuro próximo tan inestable, nos falta la fuerza para actuar y ponernos a caminar en otras direcciones más apropiadas. Vivimos atemorizados por el alto porcentaje de posibilidades que existen que nos vuelvan a cambiar los temarios, cambios impulsados por “expertos en educación” y responsables de cambiar decretos y leyes que nunca han pisado un aula y no saben qué se necesita dentro de ellas.
Sigo caminando, miro al frente y pienso que no nos merecemos acabar con este ánimo el curso. No es justo, con todo lo que hemos trabajado durante tantos meses y tampoco lo es para las familias que confían en nosotros y los alumnos que nos han otorgado el papel de guías y acompañantes de un viaje hacia el desarrollo personal, social y académico.
El Informe Delors (1996) insistía en la necesidad de la personalización en la educación: “La Educación tiene la misión de permitir a todos sin excepción hacer fructificar todos sus talentos y todas sus capacidades de creación, lo que implica que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y realizar su proyecto personal”. ¡Qué maravilloso objetivo!
En este proceso de aprendizaje el docente se convierte en una pieza clave, en un agente de cambio para ofrecer una respuesta personalizada a todos los alumnos. Adquiere un papel fundamental en la identificación de los intereses y dificultades y la atención de los alumnos para beneficiar así el desarrollo óptimo de su potencial, pero esto, sin motivación, no es posible.
Va… ¿por qué no lo intentamos?
Para hacer frente a los retos del s.XXI será indispensable establecer nuevos objetivos educativos pero sin ganas, ilusión y trabajo cooperativo entre los docentes, las familias y los alumnos no será posible. Estos deberán focalizarse en generar oportunidades para incrementar las posibilidades creativas y favorecer el despertar de la curiosidad intelectual, el sentido crítico y la autonomía personal para descifrar y comprender la realidad. La educación debe ser acción, movimiento, transformación y evolución.
Este nuevo enfoque debe centrarse en el alumno, pero en todos ellos. Cada uno posee el derecho y el deber de ser protagonista de su vida y su aprendizaje, siendo responsable de sus actos, decisiones, pensamientos, etc.
Se precisa una Educación Personalizada, que no se encuadre en un currículo uniforme e idéntico en contenido y velocidad, sino que permita un aprendizaje más profundo, flexible y creativo. Necesitamos una escuela moderna donde se utilicen técnicas de enseñanza-aprendizaje activas y participativas que promuevan un aprendizaje más cercano a la realidad, cooperativo, donde las diferentes disciplinas se solapen de forma natural, donde las tecnologías digitales fomenten la actualización de las prácticas pedagógicas más convencionales y permitan dar respuesta a la diversidad en el aula y a las exigencias actuales y de futuro.
La escuela, liderada por un profesorado entusiasta, como ente vivo debe asumir el compromiso de transformarse al igual que lo hace la sociedad, los alumnos, sus familias y las administraciones, impulsando reformas y cambios en sus políticas, métodos y programas educativos. No sabemos cómo será el futuro en la educación, pero lo que sí que podemos afirmar es que será diferente, cosa que implicará reinventarse y modificar muchos aspectos. Por ello la educación debe ser íntegra, es decir, que permita la adquisición no únicamente de conocimientos y destrezas sino de competencias que capaciten a la persona para la vida fomentando su bienestar personal y social con el gran objetivo de ser feliz.
Conocer a cada alumno, definir un plan de trabajo individual para cada uno de ellos buscando aquellas estrategias que le permitan hacer brillar sus destrezas y competencias particulares dentro y fuera del grupo para llevar una vida autónoma y llena de significado. Si partimos de la premisa que los discentes no son todos iguales, no podemos enseñar a todos de igual manera y lo mismo.
Va… ¿por qué no lo intentamos?
- Tengamos confianza en que seremos capaces de acompañar a los alumnos en su proceso de aprendizaje, compartiendo camino, ilusiones y esperanzas.
- Prioricemos la dotación de conocimientos, destrezas, competencias y habilidades que permitan a nuestros alumnos vivir la vida con ilusión.
- Confiemos en nuestras capacidades como buenos docentes y sepamos analizar algunas carencias formándonos para que puedan dejar de serlo.
- Aprendamos a respetarnos como profesionales preparados porque así lo acabarán haciendo los demás.
- Creamos que es posible la equidad entendida como una igualdad de oportunidades y recursos.
- Pensemos y trabajemos para que todo pueda ir a mejor, con esperanza y motivación.
- Creemos, soñemos, disfrutemos…
Pero ahora no es el momento. Ahora toca descansar, olvidarse de todo un poco. Cerrar ordenadores, carpetas, cuadernos evaluativos. Bajemos las persianas de la clase después de hacer una buena limpieza de lo que ya no sirve, de lo que nos ha aportado mucho pero que ha quedado obsoleto o desgastado. Salgamos de la escuela despidiéndonos, deseándonos unas buenas semanas de lectura, de paseos por la playa o la montaña, de viajes, de lectura, de conversaciones sin prisas y granizados de madrugada. Liberémonos de pensamientos que nos lleven a creer que las cosas no pueden cambiar, porque si que lo pueden acabar haciendo.
Cerremos las aulas para descansar…y soñemos…dando las gracias por poder tener la mejor profesión del mundo.
Cerremos las aulas para descansar…y soñemos…dando las gracias por poder tener la mejor profesión del mundo.
Tomado de Tiching blog.
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