miércoles, 29 de junio de 2016

Los errores fatales que condenaron a la educación venezolana

Ocurre que en los planteles públicos hay, en general, menos días de clase al año, instalaciones no muy bien mantenidas y una población con carencias de formación básicaOcurre que en los planteles públicos hay, en general, menos días de clase al año, instalaciones no muy bien mantenidas y una población con carencias de formación básicaFoto Wilmer González
 La sociedad venezolana ha incurrido en dos perversiones fatales: la creación de un apartheid educacional y una inmensa subestimación del rol del educador.
ScapitularOTRAin duda, el país ha realizado un gran esfuerzo para expandir el sistema educativo, en especial entre 1960 y 1980. Eso es un hecho incuestionable. Lo que con frecuencia se ha cuestionado es la calidad de la educación básica y media. Cuando se hace referencia a las deficiencias, el dedo señala como responsable al Estado venezolano, cosa por demás comprensible. Sin embargo, al señalar responsables de los problemas de la educación es necesario ver mucho más allá de las ejecutorias de los organismos responsables de la educación.
El Estado diseña e implementa lo diseñado pero él mismo y la sociedad de la cual forma parte, tuercen lo pensado y ejecutado. En el caso de la educación, más allá de lo deseado, el resultado real en asuntos fundamentales contradice los mejores propósitos de amplios sectores sociales. Sin entrar a analizar las razones de las contradicciones, es necesario percatarse de que en materia de educación los resultados permiten señalar que la sociedad venezolana ha incurrido en dos perversiones fatales: la creación de un apartheid educacional y una inmensa subestimación del rol del educador. Las consecuencias de ambos errores las estamos pagando a un costo elevadísimo y las seguiremos pagando por muchos años.
PiNango
Ramón Piñango es sociólogo de la Universidad Católica Andrés Bello. Tiene maestría en la Universidad de Chicago y un doctorado de la Universidad de Harvard.
Es profesor (emérito) del IESA, director de la revista Debates IESA.
Coautor, con Moisés Naím, de El caso Venezuela, una ilusión de armonía. Coordinador del proyecto de la Fundación Polar Suma del pensar venezolano.
Articulista del diario El Nacional.
Premio Henrique Otero Vizcarrondo, mejor artículo de opinión (Un país sin élites) de El Nacional, 1996.
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Hasta comienzos de los años sesenta no era raro que, de manera informal, entre amigos o conocidos se discutiera con cierta pasión si la educación privada era mejor que la pública o viceversa. Poco a poco esa discusión desapareció porque se fue haciendo evidente que en Venezuela las escuelas privadas imparten mejor educación que las públicas. Ocurrió que ambos sistemas educativos se fueron especializando en estratos sociales diferentes: las públicas, en los estratos medios bajos y de menos ingresos, los privados en estratos medios hacia arriba en la escala socioeconómica.
Para limitarnos a lo constatable, ocurre que en los planteles públicos hay, en general, menos días de clase al año, con instalaciones no muy bien mantenidas, con una población con carencias de formación básica dadas las características familiares de los alumnos, lo cual plantea difíciles retos profesionales a los docentes, muchos de ellos seleccionados y evaluados por criterios distintos a la formación y el desempeño profesional. El asunto es grave porque a la larga ha resultado que quienes mejor educación necesitan, para compensar sus desventajas sociales, peor educación reciben. Son tales las diferencias entre los planteles públicos y los privados, que familias de modestos recursos, preocupadas por la educación de sus hijos, se esfuerzan para enviarlos a escuelas privadas porque consideran que allí recibirán mejor educación, que al menos tendrán más días de clase.
Por otra parte, no es raro el elogio público a la insigne labor de los maestros, a lo indispensables que son como hacedores de futuro. Sin embargo, pocas veces hemos presenciado tanta disonancia entre lo que se dice y lo que se hace como cuando se asignan las remuneraciones a los docentes. Un obvio muy enraizado en la sociedad venezolana es que un maestro de escuela básica o un profesor de educación media debe ganar menos que otros profesionales, no importa si tienen un título universitario. Al respecto es pertinente recordar el viejo proverbio “obras son amores y no buenas razones”. No tendremos educación de calidad sin contar con excelentes docentes, y no contaremos con excelentes docentes si no hacemos atractiva esta profesión con un reconocimiento verdadero.
¿Qué hacer ante tales errores? Ante todo, reconocerlos. Si lo hacemos significa que, como sociedad, hemos sido capaces de indagar en lo obvio. Enorme paso. Luego que intervengan los especialistas, seguros de que contarán con el apoyo de muchos.
El tiempo necesario para cambiar el rumbo en asuntos tan enraizados como los señalados no son cortos, ni se trata de una tarea fácil. Dos sugerencias parecen básicas: promover experimentos en todo el país y convocar la participación de universidades y del sector privado. Con un Estado cerrado sobre sí mismo no se llegará lejos. Contamos con talento y experiencias aprovechables que constituyen excelentes puntos de apoyo. No tendremos que partir de cero.
Tomado de EL CORREO DEL CARONI

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